Veo aglomeraciones en muchos lados, también en las islas y en la costa. Allí escucho los argumentos de chicas y chicos para incumplir las mínimas reglas de distanciamiento y tapa bocas: estamos “cansados”, somos jóvenes y nos vamos a “divertir”. “Nadie nos lo va a impedir”.
Ahora, todos los sectores y rangos etarios de la sociedad tienen (tenemos) argumentos, tenemos alguna “causa” para evadir las normas: todos estamos “cansados”. Nadie puede pretender prevalecer en sus reclamos. O sí. Veamos.
Los adultos mayores dicen, con razón, “se nos va la vida”, “no tenemos tanto tiempo”….
Los de mediana edad, los sectores populares y de clase media, responden que “necesitan trabajar, producir”.
Los adinerados, contestan que quieren hacer “negocios” y “viajar”…
¿Cómo hacemos entonces?. Todos tenemos razones para sentirnos “cansados” pero todos esos argumentos deben resignarse de alguna forma al menos, cuando hay situaciones extraordinarias: estamos en pandemia. No vive el mundo en la normalidad. A nadie se le ocurriría reclamar libertad para ir al shopping en el medio de una guerra civil, como a nadie se le ocurriría pretender ir a tomar sol a una playa en el medio de un tsunami.
Cuando cada uno hace lo que quiere, usa de su “libertad” sin limitación alguna es porque estamos en una etapa pre-estatal. En una sociedad “natural” en donde la libertad individual se confunde con la ley del más fuerte: libertad de eliminar y someter al más débil. En términos hobbesianos: cuando el hombre se convierte en el “lobo del hombre”. Creamos el Estado para superar o mejorar esas etapas. No es aconsejable pretender volver a ellas.
En nuestro caso: ¿quién puede tener la “libertad” de contagiar y perjudicar a terceros y al propio sistema de salud?. ¿Cuál es la libertad prioritaria: la “diversión”, los negocios, los viajes? Y quién decide esa prioridad?. ¿Cada uno?.
Hace tiempo hemos decidido no vivir en una sociedad anómica sin reglas ni límites. Hemos hecho un “pacto” donde cedemos parte de nuestras libertades en beneficio del bienestar general. Y ese acuerdo no sólo es simbólico sino jurídico: se sintetiza en una ley fundamental, la Constitución que juramos respetar y las leyes que de él se derivan. Un pacto de convivencia social.
De algo estoy seguro: no es posible admitir que las “causas” de las rebeldías y “cansancios” de cada sector de la sociedad prevalezcan sobre el bienestar colectivo. Es triste escuchar el reclamo de diversión cuando a pocos metros, algún semejante muere en la soledad de un hospital. Miles están enfermos y están muriendo, y mucho más están sufriendo esas pérdidas.
No saldremos de esta pandemia con egoísmos, con hedonismos e insolidaridad. Tampoco con autoritarismo social o político. Mensaje para todos: gobernantes y gobernados.
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