El presente texto fue publicado hoy por el Diario La Capital de Rosario https://www.lacapital.com.ar/opinion/de-racismos-y-racistas-n2588985.html
Sigmund
Freud alguna vez se refirió al síndrome del “narcisismo de la
pequeña diferencia”, por el cual se suele odiar tanto más al
“otro” cuando ese Otro más se nos parece. El sociólogo Eduardo
Gruner por eso, pudo explicar que quizá lo que haya en el fondo del
racismo no sea, como suele decirse, la intolerancia por la
diferencia, sino más bien la intolerancia por la semejanza, que hace
que construyamos una diferencia artificial e imaginaria para explicar
el odio o el miedo.
Es
saludable que haya gente entre nosotros que se "anoticie" y
rechace ahora la violencia y el racismo de allá (EEUU) y de acá
(comunidad quom)... También seria bueno que esa misma gente deje de
utilizar términos discriminatorios, segregacionistas y xenófobos
cotidianamente cuando algún temor más cercano los asalta.
Como
es incongruente que se repudien ahora los abusos policiales y a la
vez, se acepte la “doctrina Chocobar”, parece incompatible
condenar el racismo y repetir descalificantes conceptos cargados de
discriminación: desde que las mujeres pobres se embarazan para
cobrar planes sociales, los gitanos son todos ladrones y los chilenos
punguistas, hasta la más gráfica expresión de odio: "negros
de mierda" como síntesis de los “males” que acechan a
la vuelta de la esquina.
Decir "negro de mierda" es mucho más que una referencia al color de la piel: como se ha dicho, "implica una ideología, una postura, un ser”. Negro y mierda para los racistas, son lo mismo. Es todo lo que se entiende como malo: es ser el vago, el que no quiere trabajar porque cobra un plan, al que vive en una villa, el que habla mal: "Es cosa de negros", repiten como insulto cargado de mal gusto, pero hay algo más: lo que expresan en el fondo, es el desprecio a los pobres los que, parece, no pueden ofrecer nada bueno. Adela Cortina lo denomina “aporofobia”: el rechazo al pobre (y negro).
Es más, puede ocurrir también que esos racistas de familias medias nativas lleven al extremo esa carga de odio y hasta se conviertan en asesinos: "negro de mierda" le gritaban al indefenso Fernando Báez Sosa los rugbiers a la salida del boliche mientras lo molían a golpes hasta matarlo.
El
racismo no es patrimonio de ningún país (o de todos). Pero hablemos
del nuestro: la antropóloga
María
Inés Pacceca, en
un trabajo que se llama “El lado oscuro del crisol de razas”
sostiene que tenemos dos
tradiciones inmigratorias. De una se enorgullece, de la otra se
reniega. La primera es la gran migración
histórica (porque ha dejado de ocurrir)
ultramarina de fines del siglo XIX y
principios del siglo XX, que modificó radicalmente la estructura de
la sociedad criolla: italianos, españoles, judíos,
rusos, polacos, de
la que muchos provenimos y que se fraguó
sobre la base determinadas características:
blanco y europeo, y de reales ideas
fuerza: el trabajo, la honestidad
y el
esfuerzo propio.
Pero
también existe la segunda tradición migratoria (histórica pero
también contemporánea) que proviene de los países americanos y
limítrofes: Bolivia, Chile, Paraguay, Perú, pero donde la mirada ya
no es tan benévola, pese a que nuestros abuelos llegaron, en todo
caso, tan pobres y desamparados como muchos de nuestros migrantes
latinoamericanos. De nuevo, como dice Gruner, construímos una
diferencia artificial para explicar y justificar el odio y el miedo.
Desde
las denominaciones peyorativas: “perucas”, “bolitas” o
“paraguas” pasamos a adjudicarle la síntesis de nuestros propios
males: básicamente se los acusa de ser una “amenaza” a la
sanidad, al empleo y al orden público. Se le atribuye la
delincuencia, cuando la evidencia demuestra según la población
carcelaria que ello es comparativamente falso. Que vienen a
“quitarnos lo nuestro”, como el trabajo, pese a que hacen la
labor peor remunerada, pasan a integrar el mercado informal y los
empleos de baja calificación y hasta el trabajo esclavo.
Y
en esta época “pos moderna” ha aparecido otra peligrosa forma de
racismo: el digital. Es impresionante advertir el nivel de odio, de
racismo y discriminación (potenciado por el anonimato) que aparecen
en las redes sociales o en los comentarios a noticias en los portales
digitales. A veces, la acotación del “ciudadano” es más cruel e
inhumana, que la noticia misma. La descalificación del “otro”
es la norma. No hay un debate público: hay una competencia por ver
quién profiere el agravio más humillante.
Así
como las revoluciones tecnológicas contribuyen a la información y
la deliberación, también son catalizadoras de fenómenos
contrarios a la democracia, la tolerancia y favorecen el racismo y
ayudan a cultivar el discurso del odio, dice el sociólogo Silvio
Waisbord. Las redes sociales están repletas de contenidos que
deshumanizan a otros - etnias, nacionalidades, religiones, mujeres,
sexualidades no binarias y otros. Quienes trafican el odio se
encuentran y conectan, se reconocen y legitiman tal como cualquier
otro grupo social. Lamentablemente, expresar odio se convirtió en
una forma de rebeldía frente a lo “políticamente correcto” y
una defensa de un mítico derecho libertario de expresión sin
reservas o consideraciones. Así surgen los movimientos reaccionarios
y supuestamente anti sistema en el mundo y en América y los
políticos que expresan esos ideales. No hay que buscarlos mucho,
también están entre nosotros.
Claro,
nadie confiesa ser racista ni discriminador, pero estemos alertas,
aún con los nuevos anti-racistas, porque “lo esencial para
diplomarse en racismo, es la oportunidad”.
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