martes, 30 de abril de 2019

El problema no es (sólo) Amalia Granata.



El problema no es (sólo) Granata.

Son los miles de votos que expresan a mucha gente que no sólo vota a una cara conocida sino un conjunto difuso de ideas -en general antipolíticas como forma de qualunquismo criollo- que se sintetizan en una simplificadora agenda conservadora sostenida en supuestos principios morales sustentados en un fundamentalismo religioso (católico, evangélico).

Esa agenda e ideas conservadoras pretenden ser instaladas (y lo son) en instituciones: familia, educación, justicia, medios de comunicación, reproductoras de estereotipos, prejuicios, que promueven una ciudadanía social desigual, jerarquizada y que por medio de la religión identificada con una identidad sexual direccionada repartida en rígidos roles: la mujer sostén de la familia heterosexual, prolongadora de la especie y alejada de todo lo que sea el placer, visto como el Mal.

Defensores de determinados “valores” que los convierten en negadores de derechos (antiderechos) promueven un estado que más que secularizado aparece atado a un orden natural de origen divino que a un orden político racional y laico con base democrática.

El problema no es (sólo) Granata: son los votos que representan esas ideas. Tan respetables desde la cultura democrática como peligrosas. En una Provincia que tuvo a Nicasio Oroño que dictó la primera ley de matrimonio civil en la Argentina. A Lisandro de la Torre que promovió la Constitución liberal, laica y progresista de 1921 que promovía la separación de la Iglesia y el Estado.

El problema no es (sólo) Granata. Sino ese conjunto de ideas que representa. Que existen, que tienen carnadura. Y que exceden a Granata: hay muchos que están camuflados en otros espacios pero que piensan parecido. O igual. Bastó ver los spots publicitarios en Santa Fe. Y en el país: como Cynthia Hotton, Liliana Negre de Alonso, Alfredo Olmedo o en versión más peligrosa: Cecilia Pando.

El problema no es (sólo) Granata sino esas ideas expresadas en votos, que es necesario primero reconocer y a partir de allí, en el ágora de la democracia, combatir.