lunes, 6 de noviembre de 2017
domingo, 3 de septiembre de 2017
CENTRANDO EL DEBATE SOBRE LA LISTA SÁBANA (O LAS SÁBANAS DEL SR. OBARRIO)
El
periodista Mariano Obarrio del Diario La Nación ha reiniciado una cruzada en contra de lo
que denomina “lista sábana”. Es decir, en contra de ese
“leviatán” electoral que cual monstruo moderno concentra todos
los males de la política y la democracia y sirve para cualquier
empresa: habría que recordar que en el pliego de condiciones de las
propuestas punitivas sobre la inseguridad del Ingeniero Blumberg
estaba “terminar con la lista sábana”. Obarrio promueve
abandonarla por el sistema uninominal y afirma sin rubor que en
“todos” los distritos del país, incluso “en Tierra del Fuego”,
se eligen candidatos a diputados nacional con “lista sábana”.
Haré algunas precisiones conceptuales y fácticas para demostrar las
falacias del periodista nacional.
Habría
que empezar por saber de qué hablamos. Técnicamente la lista sábana
(horizontal) es la que incluye a candidatos de varias categorías de
cargos “pegados” entre sí (Presidente, Gobernador, Intendentes)
y que genera lo que se conoce como efecto arrastre. Obarrio en
realidad se refiere a la lista “bloqueada y cerrada” o “lista
sábana vertical” donde se supone se conoce al primero y segundo
candidatos y no a los siguientes. Los especialistas consideran que
hay “lista sábana” cuando existen más de 9 o diez candidatos.
No cuando hay dos o tres.
Por
eso, el Sr. Obarrio desinforma cuando afirma que en “todos” los
distritos incluso, en “Tierra del Fuego”, se vota con lista
sábana. Falso: en estas elecciones primarias más del 60% de los
diputados nacionales (15 de los 24 distritos) se eligen en el país
por listas pequeñas: entre dos y tres diputados (incluido Tierra del
Fuego que elige 2). Córdoba y Santa Fe, están al límite: eligen 9
diputados y sólo Buenos Aires lo hace con listas de 35 diputados y
CABA de 13. En el Senado Nacional,
la elección es casi
personalizada: no se
elige ni antes ni después de la reforma de 1994, con lista sábana.
Dos y tres diputados o
senadores, como dijo Marcelo Escolar, no es lista sábana, a lo sumo
es la
pequeña funda de un bebé...
La
propuesta de adoptar el sistema uninominal merece algunas
precisiones: éste organiza el territorio dividiéndolo en unidades,
llamadas circunscripciones, para elegir un representante por cada una
de ellas. El candidato más votado, sin importar por cuántos votos,
se consagra vencedor: por
eso es un método
considerado
mayoritario.
Fue el sistema instaurado aquí y
en el mundo basado en
el modelo liberal del Siglo XIX: con partidos políticos de
“notables” y sufragio censitario, con
cuerpos electorales pequeños y relativamente homogéneos. Durante
el siglo XX la universalización del sufragio y la democracia
electoral promueven
la participación política, surgen los grandes partidos de masa, y
los cuerpos
electorales son
amplios y heterogéneos: había
que representar a sectores e intereses diversos y por ello surge el
sistema de representación proporcional con
listas con varios candidatos
para
cubrir un
número importante de cargos y en
donde se otorga
representación a cada partido político en proporción a los votos
obtenidos.
El
sistema uninominal tiene a favor la simplicidad y la publicidad, es
decir, el grado de conocimiento de los candidatos por los ciudadanos.
Pero a la vez, no asegura dos principios fundamentales que necesita
una lista que no sea unipersonal: el
pluralismo político
que permita las distintas expresiones partidarias y cierto grado
de proporcionalidad
que refleje las preferencias políticas de la sociedad. Una
consecuencia de la aplicación del sistema es el riego de la
manipulación de las circunscripciones
electorales, (gerrymandering) y su
impredicibilidad con la
posibilidad de la
distorsión y
desproporción del
sistema representativo en
perjuicio de las minorías sobre la base de
la diferencia entre la cantidad de electores de un distrito y la
cantidad de bancas asignadas a este (malapportionment).
Más
allá de que debemos
analizar
cuál es hoy la mejor forma de representación, subrayo
que el tema es mucho más complejo que el simplismo demagógico que
demoniza la lista
sábana. Hemos
demostrado que el
“problema” de la
lista
sábana vertical para
cargos nacionales se
circunscribe a un par
distritos electorales, -los
más numerosos- pero no
en “todo” el país,
que es, aunque no parezca,
federal. Las
preocupaciones unidireccionales
del Sr. Obarrio, con su
versión porteño céntrica de mirar la política y el país, engaña
y elude otros problemas que sí existen en muchos distritos de la
Argentina y que debiéramos concentrarnos en discutir: las listas
espejo, colectoras, de adhesión, lemas y variopintas expresiones de
ofertas electorales desordenadas, poco transparentes, con partidos
débiles y fragmentados
y propuestas confusas y
ambiguas muchas veces
incomprensibles para el electorado al que le cuesta distinguir una
promesa oficial de una opositora conspirando
con el derecho a elegir y ser elegido.
Muchos
son los temas que merecen debatirse. Pero
el problema de toda reforma política es precisamente, político,
no de teoría jurídica, financiera y menos de tecnología. En este
sentido, el Gobierno Nacional y muchos comunicadores poco “informados”
debieran abandonar la ideal del voto electrónico de retroceso en
todos lados e ir hacia el sistema más usado en el mundo: la boleta
única papel (al que se le puede agregar cierta tecnología en el
conteo y transmisión de resultados) y que se ha implementado con
éxito en Santa Fe y Córdoba. También abordar otro aspecto central:
el financiamiento de los partidos y la política: no sólo por
razones de transparencia, sino de democracia: parafraseando a
Gianfranco Pasquino, para que el
poder de los
votos tenga más valor que el poder del dinero.
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