Vengo de una generación signada por décadas de aparentes o reales derrotas más o menos cercanas.
Donde parecía que había certezas inmutables y definitivas. Victoriosas.
Donde la palabra utopía se había convertido en el desprecio de las palabras dominantes.
Donde los "triunfadores" declararon el fin de las ideologías y de la historia y nos clausuraron (o pretendieron) el debate y el destino.
Donde el Estado (social) se había transformado en el Mal innecesario vencido por el impiadoso culto mercantil.
Donde inculcaron que la salud y la educación publica, como cualquier mercancía, era un bien transable y un gasto, que merecía el filoso recorte de los gurúes y burócratas.
Donde la antipolítica y el qualunquismo fueron glorificados por los adalides de la "nueva política" que de nueva, vimos, no tiene nada. Y de políticas, tampoco.
Y de pronto, frente a la crisis global, cuando el mundo se paraliza, el sistema cruje y se teme por la llegada de una peste invisible y mortal... los "ganadores" se quedaron
sin libreto,
sin recetas,
sin discursos,
sin lenguaje,
sin política.
Es más, se quedaron sin repertorio y apelan al nuestro, al aparente "derrotado".
Bienvenidos!!!
Invocan la palabra solidaridad...!!!!. Apostrofada y excluida del léxico triunfalista.
Piden privilegiar lo colectivo sobre lo individual.
Recurren a la fraternidad para vencer al egoísmo.
Valorizan esa ajena (para ellos) y comunitaria palabra que es el "nosotros" por sobre el individualista y excluyente "yo".
Postulan "lo social" y lo "público" para combatir la peste: advierten que la salud debe ser integral, no sólo para pocos, ante un virus "democrático" que ataca a todos por igual.
Reclaman al "demoníaco" Estado no para privatizarlo sino para que actúe, intervenga y demandan por fondos que siempre negaron.
Descubren y aplauden el valor, el desinterés y la solidaridad de mucha gente, del semejante, del que no tiene un "precio".
Sigo en casa. Cuidando y cuidándome.
En medio de un panorama sombrío, sonrío.
Quizá no había "ganadores" (o lo eran de cartón) y las viejas utopías y las grandes batallas e ideas, no se habían perdido.
Estaban allí, tozudamente, y ahora las ofrecemos: nuestro repertorio, el lenguaje y las políticas públicas. Parece que eran las mejores para estos momentos. Las que salvarán a muchos de la peste.
Y de otras calamidades.
Pero esa es una discusión para otro momento.