viernes, 4 de marzo de 2005

Educación sexual: fanatismos e hipocresías

La profesora de literatura interrogaba, severa, a la alumna: "¿Quién ocupaba el centro de la Edad Media? ¡Dios...! ¿Quién ocupaba el centro del Renacimiento? ¡El hombre! Entonces: ¿qué renació en el Renacimiento? ¡El pecado!...".
Tal vez esta anécdota personal contada por la periodista Sandra Russo en uno de sus excelentes artículos exprese en la profesora no sólo una visión unilateral y fanática de la historia sino el origen de las obsesivas resistencias que ciertos temas provocan, como la despenalización del aborto, la unión civil entre personas del mismo sexo, la perspectiva de género y desde luego, la educación sexual en las escuelas.
El discurso fanático a veces se expresa brutal e inaceptable en los labios del vicario castrense Baseotto en su cruzada contra el preservativo y la educación sexual en los colegios -que dicho sea de paso, no ha recibido la debida condena de los fieles-, pero en otras, más sutil, surge y desarrolla como una de las formas de la hipocresía. El debate sobre la despenalización del aborto permite visualizar ambas actitudes: las posturas fanáticas se oponen a esa despenalización y a la vez, y contradictoriamente, también se oponen a la educación sexual en las escuelas. Las miradas sostenidas por la hipocresía asumen el reto con más coherencia: para que haya menos embarazos que terminen en aborto -dicen- "debe haber" educación sexual. Sin embargo, y salvo honrosas excepciones, esa aspiración no ha sido más que una pose: no sólo no aparece la educación sexual sistemáticamente en las escuelas y en los planes de estudios provinciales sino que cada vez que un proyecto desde el Estado se presenta, aquellos sectores que lo "reclaman" -hipocresía mediante- siempre se oponen. Pareciera que la educación sexual no puede ser parte de una política educativa pública, sino reducto privado con una orientación religiosa determinada. Así, los poderes fácticos y la falta de voluntad política se asocian, para "abortar" -valga el término- toda iniciativa. Tal vez, "para preservar a toda costa ese pedazo de Edad Media que cada uno lleva en sí".
En el año 1990 -es decir, se cumplen ya quince- presenté un proyecto de educación sexual para todas las escuelas públicas y privadas de Santa Fe. El destino de ese proyecto y el debate producido estuvo -como lo está hoy- signado por el discurso de la hipocresía.
Nuestra iniciativa sólo tuvo media sanción en Diputados y luego, como correspondía, "caducó" y perdió su estado parlamentario. Pero incluso la modestísima e incompleta vigente ley Nº10.947 del año 1992 que sólo incorpora la temática en las asignaturas Ciencias Biológicas y Sociales y nada más que para lo que por entonces era "primer grado del nivel primario y primer año del nivel secundario", habría que preguntar si se aplica, dónde y cómo. Es decir, nada.
Nuestro proyecto fue tildado por algún sector de "peligroso" y quienes lo impulsábamos, entre otros calificativos, de "ideólogos marxistas" (sic). A su vez, los representantes de la Iglesia hicieron de la crítica causa común: desde el ex arzobispo Storni (hoy vinculado a una causa judicial no precisamente por coherencia con la "moral y las buenas costumbres") hasta el padre Santidrián, quien desde estas mismas columnas sostuvo que pretendíamos "cambiar los valores éticos y morales de nuestra sociedad".
La "peligrosa" iniciativa proponía la incorporación de la temática, que preferimos llamar de la "sexualidad humana", en todos los niveles de la enseñanza y creábamos una comisión especial que, previamente a su implementación, delimitaría objetivos, integraría las temáticas a las currículas (no era una materia aislada), realizaría una tarea de difusión y sensibilización en la comunidad educativa con padres y docentes, bajo la consigna de "educar a los educadores". Esa comisión que podía ser integrada con otros sectores, originariamente estaba compuesta por "peligrosos ideólogos" santafesinos: la doctora Ana María Zeno -sexóloga-, el médico obstetra Walter Barbatto, la psicóloga-terapeuta sexual Mirta Granero, el profesor Mario Romero de Nigris, los sociólogos Hilda Habichayn y Héctor Bonaparte, y el pediatra Adalberto Palazzi. También recibí sugerencias y aportes de los especialistas Carlos Soto Payva y Liliana Pauluzzi.
El tiempo (sin educación sexual) ha pasado pero los problemas han ido creciendo. El sida, los embarazos no deseados, el aumento de la maternidad prematura y la muerte por el aborto inseguro están allí y deben ser combatidos desde distintos lugares: digámoslo con todas las letras: "En nombre de una más que discutible defensa de la moral, ciertos sectores prefieren, porfiadamente, el contagio por ignorancia a que los jóvenes reciban siquiera información sobre el sexo o los preservativos. Es como preferir la muerte antes que una vida supuestamente pecaminosa".
Este no es un problema entre "justos" y "pecadores", es un dilema de vida o muerte. Esta sociedad tolera, hipócritamente, mirando hacia otro lado y sin dar respuestas, miles de abortos (de "católicos" y "ateos") que se hacen pese a su "prohibición", y lo que es peor, tolera en silencio que las profundas desigualdades sociales aumenten el número de víctimas. Las despenalización del aborto es improbable que haga aumentar el número de abortos, lo que es seguro hará disminuir el número de muertes. Como también lo hace disminuir la prevención a través de programas como los de salud reproductiva o de procreación responsable, que deben ser en todo caso, mejorados, reforzados y no suprimidos, y que entre otras cosas, tienden a garantizar para todos, el "derecho a la anticoncepción".
¿Y la escuela...? La escuela tiene mucho por hacer en este tema: creemos que la sexualidad es una dimensión educable del alumno que incluso no debe circunscribirse a una simple información sobre el aparato reproductor, la anatomía y la fisiología del cuerpo. Se nace varón o mujer, pero la masculinidad y la femineidad se aprenden, a través de vínculos que unen a los niños con los adultos. Reconocemos el papel fundamental de los padres en la educación sexual porque allí están los modelos de identificación más tempranos y perdurables, pero estamos convencidos de que la escuela tiene mucho por decir, más allá de tabúes y prejuicios.
La escuela y los docentes son recipiendarios de los problemas e interrogantes que los chicos y adolescentes traen al aula sobre la temática de la sexualidad y éstos no deben ocultarse, callarse ni censurarse: la vida no puede dejar de entrar a la escuela... Hay que asumir la realidad de enfrentar una educación sexual del silencio, con poca información y mucha tergiversación: porque una sociedad educa sexualmente aun cuando oculte información, brinde datos falsos u omita hablar de sexualidad. La desinformación o la información distorsionada, el ocultamiento, la reducción de la sexualidad a un uso mecánico del aparato genital, son algunos de los aspectos de la "mala educación" que imparte nuestra sociedad. Esto empobrece el ejercicio de la sexualidad y restringe las posibilidades de una comunicación más plena entre las personas (H. Habichayn).
Para los que hoy se siguen oponiendo a que a sus chicos se les hable de educación sexual, como se ha dicho, el sexo debe seguir su ruta de falso silencio en aulas, livings, sobremesas, sacristías o cuartos coquetos de quinceañeras: es un residuo de aquella síntesis que habilitaba solamente la sexualidad reproductora y teñía todo lo que quedara en sus arrabales con la sospechas del mal.
Sin embargo, creo que estamos aprendiendo a desprendernos de la vinculación entre el sexo y el mal y estamos asociando, maduramente, al sexo con el amor y desde luego y aunque se lo niegue, con el placer. El debate sobre la sexualidad en las escuelas está instalado y estamos en condiciones de superar el falso silencio y la prédica de los fanatismos, aislando la hipocresía. Estamos "zafando del repollo, desprendiéndonos de los brazos de la cigüeña. Estamos sexuándonos socialmente". Que así sea.


(artículo publicado en el diario "La Capital" de Rosario el 04/03/2005)